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Y como a nosotros nos chocan las medias tintas, no nos aguantamos las ganas y le dimos baje. La única que no tomó fue La Wendy, quien andaba en plan de abstemia -biciconductora designada- por motivos trascendentes y a todas luces no negociables. Así que no presionamos y más bien nos preocupamos: por beber, por indagar, por abrazar la vida.
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Y es que, entre las muchas otras cosas que El Club de la Medianoche hace por la salud de sus miembros, está la generación de catarsis. Porque cuando se vive en una ciudad -"y también en el campo", dirán los lectores asiduos a este baile que ya se acerca a sus 200 confrontaciones, y sí, diré yo, pero como yo vivo en ciudad, el campo me viene quedando lejos y me es casi desconocido- uno acumula y acumula a lo tonto, vivencias, experiencias, frustraciones, inseguridades y felicidades, y luego ya no halla qué hacer con tanta piedra en el costal.
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Por eso es bueno de vez en cuando, o de cuando en veces, hacer eso que Carlos Monsiváis describía alguna vez en uno de sus tantos y tan variados textos como "soltar vapor". Ayer yo solté vapor, y mucho, porque traía acumulado todo el de un viaje -¡y dale!- que me ha cambiado la vida -cada día descubro que un poco más de lo que yo esperaba- y me ha confrontado, a mi educación, a mis aciagos -y movilizados- principios, a mis desprestigiadas realidades.
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Y La Casicasi soltó su parte, y La Chabela la propia. Y si no fuera porque yo era el único individuo sexo masculino presente, tres de cuatro, por lo menos, hubiéramos coreado a Paquita la del Barrio, o cometido alguna desazón semejante, de esas de las cuales uno se arrepiente -si lo hace- a la mañana siguiente, entre nubes de embriaguez y memoria tergiversada. Bueno... dos de cuatro coreamos a Paquita, pero sé que poco faltó para que otra se nos uniera. Lo que pasa es que esa otra no estaba en el suficiente nivel de sangre etílica -?-
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Así que la más reciente reunión -nótese cómo soy incapaz de llevar la cuenta- de El Club de la Medianoche resultó, creo yo, todo un éxito. Por su proximidad a la espontaneidad, lo que hizo que casi fuera extraído de la mancuernilla todo este alboroto, ésta ha sido una de las reuniones del Club más memorables y menos accidentadas. De hecho, me atrevo a decir, esto se debe a que ahora había cosas más trascendentales por contar y menos alcohol para olvidar. Menos, pero igual funcionó de maravilla.
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No, si me lo pregunta, yo no olvidé nada. Soy conciente de lo que dije y lo que callé. Bueno, no, soy conciente ahora, sí, pero entonces, creo, hablé de más. En fin. Los borrachos y los niños, dicen. Y los niños está por verse. Por lo menos el cuasiprimito de La Wendy es directo y francote. Pero eso es un chisme local que ustedes no tienen por qué saber ni yo tengo pa' qué contar. Ai se las dejo. Esta es la 198, y vamos por dos más para superar nuestras propias limitantes. Iñor.
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¡Salud!
2 comentarios:
Ja.. mira que cosas yo pertenezco al "Club de los imposibles"... un grupo de noctámbulos que funciona bajo los mismos estatutos que el tuyo....Las asambleas siempre sabemos cuando y a que hora inician, pero nunca cuando ni a que hora terminan...
Saludos...
No hablaste de más, porque nosotros no hablamos de más, jojo. Noches de esa más seguido y de Paquita a la Dúrcal hay un paso; las palabras hacen la diferencia.
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